Con trompetas, los narcisos,
anunciaron un gran baile
y de danzas de vilanos
se inundó todo aquel aire.
Se llenó el cielo de velos,
y las ramas de bengalas
y faroles de agujeros
con polillas que asomaban.
Se cubrieron los senderos
con alfombras de oro y gasa
y butacas de hojas verdes
del fulgor de haya sagrada.
El río guardó silencio,
se calzó musgo en sus aguas.
Las arañas y cigarras
también llegaron descalzas.
Fue entonces cuando una sombra
tiñó de púrpura el bosque.
Sonaron violas y tubas
clavicordios y tambores.
Y el Príncipe de los Mirlos,
el señor de aquel paraje,
esparce con su elegancia
reverencias para el baile.